El “no-tan-obvio” mal olor

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Hace unos meses mi esposo y yo viajamos a Estados Unidos donde estuvimos sirviendo varios meses a un ministerio juvenil. Dios no solo nos proveyó milagrosamente para el viaje sino que además alguien nos prestó una casita solo para nosotros y un coche para poder movernos durante nuestra estadía. Aunque nos gustaba nuestra casita, la mayoría de las semanas no dormíamos allí, sino que nos hospedábamos de lunes a viernes en un campamento con niños o adolescentes y regresábamos a la casa para descansar durante el fin de semana. 

En una ocasión, tras estar toda la semana fuera sirviendo, llegamos a la casa y nos encontramos con una sorpresa…¡la casa entera apestaba! No sabíamos de donde provenía el olor pero rápidamente nos pusimos a intentar solucionar el problema. Abrimos todas las ventanas, revisamos las tuberías del baño y miramos en la basura de la cocina pero no encontrábamos de donde venía el mal olor. ¿Nuestra solución? salir a comprar velas. Compramos varias velas y un spray ambientador seguros de que esto resolvería el problema. Pero tras varias horas de tener las ventanas abiertas y las velas prendidas, el olor seguía igual de fuerte. Cuando llegó la hora de dormir, simplemente no podíamos en el cuarto, ¡el olor era demasiado fuerte! Así que movimos todas nuestras cosas al cuarto de al lado…pues aunque el olor seguía llegando hasta allí, por lo menos era lo suficientemente sutil para poder dormir. Dormimos  varias noches en el otro cuarto con la esperanza de que a la mañana siguiente olería un poquito menos, pero desafortunadamente no era así, la casa - y especialmente el cuarto - seguían apestando. La verdad es que nos daba vergüenza llamar al dueño de la casa - al fin y al cabo nos lo había prestado de manera gratuita y no queríamos ser un incordio - pero no sabíamos qué más hacer. Tras una rápida llamada llegó Kurt - ¡nuestra salvación! y lo que sucedió después fue increíble. Kurt abrió la puerta de la casa, levantó la nariz hacia el cielo y dijo “ay Españoles…no saben nada”, su nariz lo llevó directo al cuarto donde se agachó para mirar debajo de un mueble y extendió la mano sacando de debajo del mueble ¡una pequeña trampa con un ratón muerto!

Nosotros estuvimos días buscando la procedencia del mal olor sin ningún éxito, pero Kurt lo encontró en menos de dos minutos ¿por qué? Porque él sabía lo que estaba buscando y por lo tanto, para él el olor tenía una procedencia obvia.

Esto me llevó a pensar en la amargura y la falta del perdón. A lo largo de los años he conocido a tanta gente que verdaderamente quiere crecer en su relación con Dios pero no sabe que es lo que les frena de poder ser libres. Por mucho que lo intenten no encuentran de donde viene “el mal olor” y por mucho que pongan velas y compren ambientadores, el olor sigue allí. Y aunque a ellos les cueste verlo, para otros la procedencia del mal olor suele ser obvio. Simplemente necesitan perdonar.

Kurt llegó y tiró el ratón muerto al basurero de la calle e instantáneamente se fue el mal olor. El perdón es igual. Puede que no sea fácil pero en cuanto uno perdona, ese “mal olor” - esa cosa que te frena de ser libre - se va y lo que antes podía ser obvio para los que te rodeaban de repente ya no está. Así que, si tú te encuentras luchando con algo que te frena de ser totalmente libre, pregúntale a Dios si quizás no sea el que simplemente tienes que perdonar. Quizás al principio no sea fácil, pero créeme: merecerá la pena vivir sin ese “mal olor”. 

Lo que he aprendido de mis amigos Mau & Bri

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Ayer fue la fiesta de despedida de mis amigos – y casi hermanos – Mauricio y Brittney. Aunque siempre he sabido que llegaría el día en el que Dios les enviaría a otro país, nunca me había parado en pensar en como su ida me afectaría. Lo que es más, siempre asumí que Dios me habría enviado a mí a otro sitio antes de que se fuesen ellos. Nunca pensé que yo sería la que “me quedaría atrás”.

Conocí a Mau hace doce años cuando él todavía no conocía a Cristo (ni a su esposa Brittney), y era un simple estudiante más de los cientos que vienen a estudiar a Madrid. Tuve el gran privilegio de verle llegar a los pies de Cristo y aunque él dice que yo fui su líder de jóvenes, la verdad es que estoy totalmente segura de que yo he aprendido más de él de lo que él aprendió en su día de mí. Ahora, casi doce años más tarde, ha llegado el momento para que se vayan y hoy, conforme les estábamos despidiendo, me llené de un temor santo de olvidar todo lo que he aprendido de ellos. No podía evitar preguntarme a mí misma si al no tenerles cerca me olvidaría de lo que he visto en ellos y de lo que tanto me ha retado. Así que, quiero aprovechar esta entrada de blog para “poner sobre el papel” eso que no quiero olvidar y espero que estas palabras escritas puedan ser de bendición y reto para alguien tanto como verlo vivido ha sido para mí.

1. Si Dios dice algo, no hay que dudar, hay que caminar.

A la mayoría de las personas – y yo me incluyo – nos gustan las confirmaciones. Si Dios dice algo a nuestro corazón, queremos una palabra profética, un arcoiris en el cielo y si no puede ser una visión con ojos abiertos, por lo menos un sueño en la noche para confirmar lo que hemos sentido. Cuando Mau oye algo de Dios, no necesita confirmación, obedece y se pone a caminar.

Mau llevaba menos de unos meses de haber conocido al Señor cuando comenzó a orar y a preguntarle a Dios: “Dios ¿a quién quieres que predique? ¿dónde quieres enviarme? ¿a qué país quieres que vaya?”. Al poco tiempo Dios le habló y le confirmó que en un futuro, acabaría enviándolo a Turquía. Desde la primera vez que Dios le habló de Turquía, Mau comenzó a orar y a ahorrar. De hecho, tenía todo el dinero ahorrado y durante años estaba simplemente esperando que Dios dijese “¡ya!”.

En otra ocasión sintió que Dios le estaba hablando de apartarse y buscarle, así que ¿qué hizo? La mayoría de nosotros nos despertaríamos pronto uno o dos días ¡quizás hasta una semana! pero Mau no. Él había escuchado de Dios e iba a obedecer. Canceló toda su vida social y dejó todo a un lado por buscar más de la presencia de Dios. Salía del trabajo todos los días, apagaba el teléfono y se metía a buscar a Dios. ¡Todos los días durante meses! ¿porqué? Porque Dios habló y punto. No hace falta confirmación, no hace falta sentirlo, solo hay que obedecer.

2. Lo eterno es eterno y lo temporal es temporal.

Algo que siempre me ha encantado tanto de Mau como de Bri es que viven Mateo 6:33 con todo su ser.  Buscan primero el Reino de Dios y esperan que todo lo demás sea añadido. Tantas de nuestras excusas con el Señor se deben a que seguimos queriendo un tesoro terrenal. Seguimos queriendo aceptación, popularidad, posesiones, renombres, diplomas y se nos olvida que “el cielo y la tierra pasarán” y que “el reino es inconmovible”.

Cuando Mau sintió fuertemente el dedicar mucho tiempo a buscar a Dios, no tuvo en cuenta su vida social ni pensó: – “si no paso tiempo con mis amigos estos meses, ¿qué pasará después? ¿seguirán queriendo estar conmigo?”. ¿Porqué? Porque sabía que lo que invirtiese en lo secreto era para siempre.

De la misma manera, cuando Bri (la esposa de Mau) sintió el llamado al medio oriente (antes de conocer a Mau), Dios le preguntó “Bri ¿estás dispuesta a ir con la cabeza tapada todos los días durante el resto de tu vida?”. Bri dijo que sí al llamado de Dios ¿porqué? Porque sabe que no se trata de su comodidad temporal ni de sus temores momentáneos, sino que se trata de algo eterno.

3. Sumisión y honra

A pesar de ser un líder increíblemente fuerte y de tener una amistad tan estrecha con el Espíritu Santo, Mau sabe caminar debajo de otros líderes, servirles y honrarles. Cuando se abrieron las puertas para que fuesen a Turquía de manera indefinida, su primera respuesta fue “tenemos que hablar con el equipo pastoral de nuestra iglesia”. Nunca usa como excusa “a mí Dios me dijo tal cosa, lo voy a hacer y no me importa lo que me digan”. Sabe escuchar del Espíritu Santo y al mismo tiempo respetar las voces que Dios ha puesto en su vida.

Y ahora, con Mau y Bri mudándose a cientos de kilómetros, me encuentro preguntándome a mí misma: – Jaz ¿correrás con lo que has aprendido? ¿responderás al llamado de vivir para lo eterno? ¿responderás al llamado de obediencia sin excusas? y la verdad, es que aunque se que estoy creciendo, también se que me queda un largo recorrido por delante. Solo espero algún día poder ser el ejemplo que ellos han sido para mí y en un futuro poder escuchar la dulce voz del Padre susurrándome “Jaz, mi niña, bien hecho sierva fiel”.

Si quieres más información acerca de lo que Mau y Bri van a estar haciendo en Turquía, si sientes llamado al medio oriente o si te gustaría ser parte de su equipo entra en http://preciosasangre.org/

La boda de mi héroe

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Todos tenemos héroes en la vida, normalmente son personas que admiramos a lo lejos: deportistas, personajes bíblicos, líderes políticos o músicos. Nuestros héroes son personas que en algún momento de su vida hicieron algo que nos impresionó o vivieron de una manera que nos gustaría vivir. Personalmente, tengo el honor de que mi héroe es una de mis mejores amigas, no por algo específico que ha hecho, sino porque aunque ha sido difícil, ha escogido el camino hacia la libertad.

“Sara” (llamémosla así aunque no es su nombre real) tuvo una de las peores infancias que he escuchado. Desde los tres años recibió todo tipo de abuso y fue usada y vendida en redes de pornografía infantil. A los cinco años de edad ya tenía enfermedades de transmisión sexual y en medio de esa niñez tan caótica, todos los domingos asistía junto con su familia a una iglesia local. Aparentaban ser una familia relativamente normal, pero en privado eran una familia increíblemente disfuncional.

Aunque la historia de Sara es horrible, soy consciente de que hay muchas personas que han sufrido en la vida. Las estadísticas de niñas (y niños) abusados y violados antes de cumplir los doce años son aterradoras; no tienes que ser un experto en psicología para reconocer la enorme cantidad de gente dolida y rota que camina por el mundo. Aún así, quiero escribir un poco sobre Sara porque creo que hay gente en situaciones difíciles que pueden, al igual que yo, aprender de su vida.

Cuando conocí a Sara hace cinco años, ella acababa de salir de una institución mental en donde la sujetaban con camisa de fuerza. No obstante, su amor por la vida y su pasión por ser libre me hicieron acercarme a ella. Las dos decidimos que lucharíamos por más de Dios y por superar nuestros temores y complejos; decidimos dejar que otras personas entrasen en los lugares difíciles de nuestras vidas y nos confrontasen con amor. En varias ocasiones le dije cosas como: “Oye… me he dado cuenta de que tiendes a criticar a líderes por no prestarte atención suficiente. No sé si te has dado cuenta de esto, pero creo que no es del todo normal y no sé muy bien por qué lo haces”. Sara siempre reaccionaba de la misma manera: primero se quedaba callada unos segundos, luego se ponía a pensar y después decía algo como: “Yo tampoco sé por qué reacciono así, pero voy a hablarlo con el Señor. Gracias por decírmelo”. Unos días más tarde me enteraba de que Sara había pedido un día libre en su trabajo y se había ido con su cuaderno al parque para pasar un día entero con el Señor. No buscaba excusas ni dejaba pasar mucho tiempo, sino que luchaba por ser libre. Luchaba con el Señor y en varias ocasiones buscaba ayuda profesional, pero realmente, más allá de esto, la persona con la que más luchaba era consigo misma. Tuvo que decidir perdonar y tuvo que decidir rendir la autolástima.

Se que hay muchas personas que luchan en la vida, pero una vez más, tengo que decir que Sara es diferente. ¿Por qué? Porque hay muchas personas, y en especial muchas mujeres, que tristemente luchan por las razones incorrectas: luchan para que nadie les vuelva a hacer daño; luchan por aprender a saber en quién confiar y en quién no confiar; y luchan por ser independientes. Incluso lo espiritualizan diciendo cosas como: “Yo no necesito a nadie, solo al Señor”. Pero la realidad es que Dios nos creó para ser parte de un cuerpo y Sara es un ejemplo de cómo luchar por las razones correctas. Luchó por superar la autolástima y no usar su pasado para excusar su presente, luchó por aprender a ser transparente y vulnerable con otros; e incluso, luchó por confiar en Dios y no tener que tener todas las respuestas a sus “por qués”. Si hoy la conocieses, nunca adivinarías la vida que ha vivido, de hecho casi nadie sabe su historia. No porque le de vergüenza contarlo, sino porque no necesita contarlo a menos que Dios la guíe a hacerlo.

Decidir luchar por ser libres es una decisión difícil, porque si escogemos abrazar nuestro estado actual de trauma y dolor, y abrazar nuestro pasado como parte de nuestro presente, la gente sabrá la verdad: sabrán que nuestros padres, o hermanos, o pastores … o quien sea, son culpables por nuestro estado actual. Pero si escogemos perdonar y luchar por nuestra libertad como lo hizo Sara, la gente no sabrá la verdad y pensarán algo como: “Ah, mira que bien está Sara, seguro que su familia es perfecta y tuvo una infancia feliz”. En el caso de Sara, una señal de que realmente es libre, es el hecho de que no le importa lo que piensen los demás. No necesita defenderse, ni necesita explicar su situación. Piensen lo que piensen, ella está enamorada de Dios y es totalmente libre. Su pasado no determina su presente y no determinará su futuro.

Hace unas semanas tuve el honor de asistir a la boda de Sara, mi héroe (¿cuántas personas pueden decir que han ido a la boda de su héroe?). Pude presenciar, por primera vez en mi vida, la obra redentora de Dios en la vida de alguien desde el principio hasta el final (lloré “como una magdalena”, como decimos en España). Y esta obra, fue una obra con un final feliz. Conocí a Sara como una persona rota y atormentada y la vi casarse como una persona libre y llena de gozo, con un hombre absolutamente increíble, que superó cualquier expectativa que yo jamás hubiese tenido para ella. Además de estar totalmente enamorado de Sara, su marido está totalmente enamorado de Dios, ama con locura las naciones y las almas y viene de una familia unida y llena de amor, que ha abrazado a Sara como si fuese su hija. Verdaderamente Dios supera todas nuestras expectativas y es el experto en redención.

El año de vivir como hijos

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Estaba pensando en el año nuevo y en cómo empezar el año, y esto me llevó a pensar en todos los “unos de enero” y en todas las metas que he hecho a lo largo de los años. Luego, me empecé a preguntar sobre cuantas de estas metas realmente cumplí. No hay nada malo con ponernos retos y metas (de hecho tengo que confesar que soy un poco adicta al deporte de hacer listas y tachar tareas completadas), el problema está que el ponernos una meta suele llevar a una de dos emociones: 1. Si me pongo una meta y la cumplo, me siento orgullosa de mí misma (orgullo = problema) pero si me pongo una meta y fracaso, me machaco a mí misma, me siento como un fracaso y me desilusiono (desilusión = problema). Entonces, ¿cómo empezamos este año? ¿Cómo podemos retarnos a nosotros mismos de tal forma que al terminar el 2015 estemos más enamorados de Cristo y más apasionados por Su reino, sin estar ni orgullosos ni desanimados?

Antes de ir a la cruz, Jesús le dio a sus discípulos la clave para la felicidad. El día antes de lo que parecería en su momento el peor día de sus vidas, Jesús, su maestro les dice “¿quieres ser feliz? Lavaos los pies unos a otros”.  El servicio es la clave a la felicidad y qué mejor manera de empezar este año sino decidiendo servir. PERO, volvemos al mismo problema: si ponemos “servir más” en nuestra lista de metas, esto o bien nos puede llevar al orgullo o al desánimo. ¿Cómo lo hacemos?

Cuando miramos la vida de Cristo, vemos que su ministerio empezó escuchando la voz de Su padre cuando éste anunció: – “este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:13-17) y esta intimidad con el Padre nunca cesó. Vez tras vez se apartaba para estar con el Padre. Incluso le dijo a todos sus discípulos que todo lo que hacía (¡TODO!) era porque veía que el Padre lo hacía y que todo lo que decía era porque el Padre lo decía. (Juan 5 y Juan 12). Luego llega al final de su vida y dice:

Sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.  Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida…” (Juan 13:1-5).

Jesús pudo servir, porque su identidad estaba en que sabía que era el Hijo de Dios. No podía sentirse orgulloso de servir – no necesitaba poner su identidad en eso – porque era Hijo y no podía machacarse por fracasar porque su identidad estaba en que era Hijo.

Ahora tú y yo somos Hijos del Dios altísimos. Él fue el primogénito entre muchos hermanos y tú y yo somos hijos y co-herederos que estamos aprendiendo a sólo hacer lo que hace nuestro Padre y a sólo decir lo que dice nuestro Padre. Así que, si la clave para la felicidad es servir y la clave para servir es vivir como hijos, propongo que en vez de hacer una larga lista de “que-haceres”, entremos en el año recordándonos a nosotros mismos “soy Hijo” y descansando en esa verdad. Cuando sabemos que somos hijos, entonces podemos “ceñirnos la toalla y lavar los pies” y cuando “lavamos pies” … ¡somos garantizados el mejor año jamás! (Juan 13:17).

El llamado a la oración

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Hace unos días aterricé por primera vez en un país musulmán. Al bajarme del avión la primera cosa que vi fue un pequeño grupo de mujeres, totalmente tapadas, arrodilladas en el aeropuerto orando hacia la Mecca.

Durante los últimos días, varias veces al día, oigo el llamado a la oración. A las cinco de la mañana empieza a sonar desde la mezquita un llamado fuerte al que cientos de personas responden, poniéndose de rodillas y orando a su dios. No importa donde estén, en qué estén pensando o si les apetece o no, responden al llamado a la oración. Esto me ha llevado a preguntarme a mí misma, cómo sería la iglesia mundial, si todos los cristianos del mundo orasen cinco veces al día, proclamando que Jesús es el Señor.

La verdad es que podría escribir este blog y hacernos a todos sentirnos culpables por nuestra poca oración o podría escribir y retarnos a todos a orar tan a menudo como oran los musulmanes. Pero el cristianismo no se trata de eso. No se trata de orar porque tenemos que hacerlo o porque una iglesia nos dice “es tiempo de orar ¡para lo que haces y ora!”. De hecho, esto es lo que nos diferencia a nosotros de ellos. Todas las religiones del mundo intentan agradar a su Dios y perfeccionarse a sí mismos, pero nuestro Dios – el único y verdadero – supo que nunca podríamos cambiarnos y que no podríamos hacer nada para agradarle, así que se hizo hombre y murió, no para que orásemos cinco veces al día como acto religioso, sino que para que tuviésemos una relación de amistad y amor con Él. No se trata de obligarnos a buscarle, se trata de buscarle como respuesta a que él nos amo primero. No oro porque tengo que hacerlo, oro porque quiero conocerle más y porque quiero estar con Él. Al fin y al cabo, fuimos creados para tener una relación íntima con el creador.

Ahora que llevo varios días aquí, oyendo el llamado a la oración día tras día, me he empezado a preguntar a mí misma: Jaz, ¿cómo sería tu amistad con Dios si respondieses a Su llamado a la oración? A diferencia del pueblo musulmán, Dios no me llama a buscarle cinco veces al día, siempre al mismo tiempo y con las mismas palabras, sino que a lo largo del día susurra en mi oído “ven a pasar un tiempo conmigo” o “ey, estoy aquí” o pone una pequeña semilla de hambre en mi interior – un pequeño algo que anhela encontrarle más y estar con Él. Lo bueno del Cristianismo es que me ha hecho libre para buscarle cuando yo quiera, lo malo del Cristianismo, es que me ha hecho libre para buscarle cuando yo quiera…y muchas veces no quiero.

Al igual que el pueblo musulmán que responde al llamado sin importar lo que están haciendo o donde están, Dios nos llama a orar y muchas veces (por no decir todas), no tiene en cuenta si estamos en el aeropuerto, en el trabajo, si nos apetece, si teníamos otros planes o si estamos dormidos. Nos llama a estar con él, no como obligación sino como invitación y como hijos, estamos aprendiendo a responder a Su llamado a la oración. Estamos aprendiendo a dejarnos cautivar y enamorar más y más por Él. A dejar a un lado nuestro espíritu independiente y dejar que Él sea el que organiza nuestro horario.

No se tú, pero yo quiero responder a Su llamado a la oración. Quizás no podamos responder a este llamado en medio del trabajo  como lo haríamos en casa o quizás no podamos responder a las cinco de la mañana como lo haríamos a las once, pero si él nos llama, tiene que haber una forma de responder. Quizás sólo sea con una pequeña respuesta:
– “Ey, estoy aquí” – te dice tu amante.
– “Hola Señor, aquí estoy….gracias por llamarme por nombre” – contesta tu espíritu, en medio del ajetreo del día – “Gracias por hacerme libre para escogerte, libre para amarte, libre para responder al susurro de tu voz”.

Dejándole ser rey de nuestro tiempo

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El otro día paré en una gasolinera con mi amigo Andy. Al entrar Andy empezó a hablar con la mujer que estaba detrás del mostrador – “¿Qué ha pasado con su nieto?” – le preguntó Andy. El rostro de la mujer cambió cuando reconoció a Andy. Se le pusieron los ojos como platos y dijo: – “¡No te lo vas a creer! Los médicos le abrieron y no han encontrado nada. Su corazón está perfecto. Ha sido un miagro del cielo ¡se que lo ha sido!”.  A continuación, la mujer salió de detrás del mostrador y empezó a enseñarnos fotos en su celular de un precioso bebé recién nacido. Andy y esta mujer terminaron su conversación, se dieron un abrazo y salimos de la gasolinera.

Una vez en el coche, Andy empezó a contarme toda la historia. Dos semanas antes, Andy había parado en esta misma gasolinera con otro amigo. Mientras pagaban por la gasolina, no pudieron evitar escuchar la conversación entre la mujer de la gasolinera con su compañera de trabajo: -“¡Que dolor de espalda tengo hoy!” – dijo esta mujer. Andy miró a su amigo y su amigo le dijo en voz baja: – “Andy, ¡no tenemos tiempo! sabes que ya llegamos tarde”. Pero Andy no pudo resistirse: -“Perdone” dijo Andy a la mujer que estaba detrás del mostrador – “somos Cristianos y hemos visto como Dios ha sanado a mucha gente en el pasado. ¿Te importaría si oramos por su espalda?”. La mujer se quedó mirándoles fijamente y dijo. “La verdad, prefiero que oréis por mi nieto. Acaba de nacer y tiene muchos problemas de corazón. Mañana le van a operar para intentar hacer un arreglo temporal, pero igualmente va a necesitar un transplante”. Los dos chicos procedieron a hacer una oración rápida y salieron de la gasolinera.

Al entrar en el coche, el amigo de Andy le dijo: – “Andy, perdóname. Por andar con prisas yo no quería parar y orar, pero esta oración no ha tardado ni cinco minutos y quien sabe lo que puede haber hecho”. A penas dos semanas después tuve el privilegio de ver la respuesta de Dios a estos tres minutos de oración. El niño quedó totalmente sano, los médicos quedaron sorprendidos y esta mujer – que todavía no conoce a Dios – estaba dándole toda la gloria a Dios y admitiendo que fue un milagro del cielo.

Tantas veces vamos con prisa y “no tenemos tiempo” para mirar a nuestro al rededor y ver donde es que Dios se está moviendo ¿Qué pasaría si cediésemos nuestras agendas y horarios? ¿Qué pasaría si diésemos sólo tres minutos al día para traer el reino de Dios a la tierra? La mayoría de nosotros, creamos tiempo en nuestras agetreadas agendas para “tener nuestro devocional” (pasando tiempo con Él por la mañana o por la noche antes de dormir) pero no somos campaces de dejar que Él sea el dueño de nuestro tiempo a lo largo del día. Muchos le damos nuestra vida, pero nos cuesta darle nuestro tiempo.

Quiero retarte a ti – y retarme a mí misma – a parar, mirar y amar a la gente a nuestro al rededor. Sin horarios, sin agendas y sin intenciones más allá que amar y traer el reino de Dios a la tierra. Al fin y al cabo, si buscamos primero su reino, todas nuestras preocupaciones y “que-haceres” serán añadidos por Él. (Mateo 6:33)

El éxito es la obediencia

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(Si no has leído la entrada anterior titulada “Rindiéndonos al amor” te lo recomiendo antes de seguir leyendo)

Muchos de nosotros – por no decir todos – somos culpables de juzgar el éxito de la gente que nos rodea basado en sus hazañas. Por ejemplo: vemos a un abogado y pensamos “es exitoso” basado en la cantidad de dinero que gana y en la cantidad de trabajo que tiene o vemos a un evangelista y juzgamos su éxito conforme a la cantidad de almas que lleva a Cristo.

En Mateo 19 tenemos la historia de un hombre que viene a Cristo preguntándole “qué tiene que hacer para entrar al reino”. Jesús, sabiendo la situación del hombre – sabiendo que era bueno y que cumplía los mandamientos – le pidió que vendiese todo y que se lo diese a los pobres. El hombre se entristeció y se fue cabizbajo, incapaz de poder hacer lo que Jesús le había pedido.

La verdad es que en los ojos de la gente de este tiempo, este hombre era extremadamente exitoso, no sólo por su situación económica y laboral, sino porque seguía los mandamientos. No obstante, no vivía 100% rendido.

En el reino de Dios todo funciona al revés. Por ejemplo: en el mundo si alguien te hace daño, tú tienes el derecho de devolvérselo y si alguien te hace mal, no tienes porque perdonarles, pero en el reino es al revés. De la misma manera, en el mundo si alguien tiene fama (¡ojo! incluso fama dentro de un contexto cristiano como “ministro”), dinero o posiciones, es considerado exitoso. Pero en el reino de Dios, el éxito es la obediencia.

Vamos a pensar en un contexto Cristiano. Cada uno tenemos los cinco panes y dos peces que Dios nos ha dado (cada uno con nuestros propios talentos y dones), y lo lógico sería pensar que somos exitosos si Dios escoge multiplicar nuestros panes y peces.  De echo suele ser como juzgamos el éxito de nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Miramos a ver si Dios les está usando y juzgamos su éxito en relación a eso.

Aunque es verdad que si habitamos en Él nuestras vidas darán fruto y que nos conocerán por nuestros frutos; Y aunque es verdad que si somos fieles con lo poco, sobre mucho nos pondrá. También es verdad, que a los ojos de Dios nuestra rendición completa a Él es éxito en el reino.

Cuando yo vengo delante de Él y pongo a su disposición mis talentos y él escoge usar los talentos de mi hermano en vez de los míos. Yo estoy siendo exitosa, porque estoy viviendo en rendición.

Nuestro trabajo diario consiste en dos cosas:
1. Dejarnos ser amados por Él.
2. Rendirnos a Él.

Rindiendonos al amor

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Solemos pensar en el término “rendición” o “entrega” como algo negativo. Lo hemos visto en las películas miles de veces, los débiles son los que sacan la bandera blanca en las guerras en señal de rendición y los fuertes son los que nunca, ¡jamás! se rinden.

Llevo unos años dándole vueltas al echo de que realmente no entendemos que Dios es amor y por lo tanto nos da miedo rendirnos. No estamos seguros de lo que va a hacer. El no saber el futuro, el no saber si nos va a pedir que dejemos nuestros trabajos o que vayamos a otro país o que hagamos el ridículo delante de nuestros seres queridos, nos pone nerviosos. Pero, ¿y si realmente es quien dice que es? ¿y si es amor y todo lo que nos pide es bueno?

El reino de Dios funciona al revés que el reino natural. En el reino de Dios, la rendición es positiva. Yo me rindo para que Él gane, yo me rindo para que Él me haga fuerte, yo me rindo para que Él sea glorificado. En el mundo la rendición es despreciable pero en el reino hay belleza y victoria en completa rendición…porque Él es amor.

La realidad es que cuando nos rendimos – diariamente más y más – no nos estamos rindiendo a una persona con un plan egoísta, nos estamos rindiendo al amor y cada vez que nos rendimos, cada vez que le decimos de corazón “aquí estoy, haz lo que quieras, envíame a mí”, estamos permitiendo que él nos revele las profundidades de este amor. Verdaderamente Él está “por nosotros y no en nuestra contra” y cualquier plan que tiene para nosotros no es sólo mejor para el reino, sino que a la larga es mejor para nosotros.

Así que, hoy, mientras te rindes más a él, recuerda que no te estás rindiendo o entregando a una persona terrenal. Te estás rindiendo a una persona cuyo nombre es amor.